Reflexiones sobre mi viaje a Latinoamérica

Hoy vi a un psicólogo hablando de cómo las personas creen que la felicidad es una meta, “cuando tenga esto seré feliz, cuando vaya a este lugar o cuando consiga tal o cual la felicidad llegará a mi vida” ; y de cómo muchas veces cuando se alcanzan esas cosas o se viven esos momentos, algunos piensan: “ ¿ya está?, ¿esto era?”


Viajar durante unos meses por Latinoamérica era uno de mis sueños, vivir la vida de nómada yendo de un sitio para otro, descubriendo lugares, culturas, personas…lo he cumplido y he visto que esa vida no es para mí.

Al principio no te pesa llevar la mochila a cuestas, cambiar de hostel cada 3 días, viajar durante horas en buses o furgonetas; comer siempre en bares o puestos de la calle, ver a gente diferente cada día pero a la vez no establecer ningún vínculo especial con nadie o mirar Google maps cada vez que sales a la calle, porque yo y la orientación no somos muy amigas.

Pero después de unas semanas mi mente empezó a echar de menos muchas cosas y empezaron a molestarme cada vez más esas cosas del día a día del viajero; hasta que llega un punto en el que dices, yo estaría mejor en un piso, en Tenerife con mi vida normal de levantarme, trabajar, hacer mis hobbies, llegar reventada al viernes, descansar y volver a empezar el lunes.

Es entonces cuando te das cuenta de que ese sueño ansiado que tenías, esa vida que habías envidiado durante años de otros nómadas, no era para tanto, no era tan ideal como pensabas y en definitiva, no es lo que tú quieres.

Me siento orgullosa de haberlo intentado porque era mi sueño y porque de no haber ido a ese viaje aún seguiría envidiando a los viajeros y a sus fotos de Instagram que enseñan esas maravillas del mundo. Yo ya he podido ver unas cuantas, y para mí, ver lugares es una de las mejores cosas de la vida pero con hacerlo por unos días (o semanitas) al año es suficiente.
Creo que cuando te pasas viendo montañas nuevas, playas, ruinas, ciudades, etc., semana tras semana, al final llega un punto en el que no aprecias tanto lo que estás viendo, la ilusión no es la misma.

Y también creo que la felicidad son momentos. Me he sentido feliz yendo en el maletero de una furgoneta por las carreteras de curvas de las montañas de Guatemala; ganando una competición de salsa en Puerto Escondido, haciendo un mandala de macramé, charlando con una señora mayor que pintaba cuadros o desayunando ricos smoothies de fruta natural cada día.

Son pequeñas cosas que se pueden sentir en cualquier lugar del mundo, solo tienen que darse ciertas circunstancias y sobre todo, ser consciente y apreciarlas.

Al igual que ahora aprecio estar en el sofá de mi piso, tomar mi clásico desayuno de tostadas, el olor a café recién hecho con canela e ir a una tienda y que te digan «mi niña».

Y por último, la gran conclusión que yo saco de mi experiencia es: la belleza de un lugar depende de los ojos de él que la ve.
Cada persona va a tener una opinión de un lugar de acuerdo a sus vivencias, a su pasado y a su presente, a sus valores, a sus gustos; por eso no penséis que porque a una persona le parezca estupendo X lugar, a ti también te lo va a parecer. “You never know”.

Hay lugares que te sorprenderán, unos para bien y otros para mal; las fotos en muchas ocasiones engañan y la realidad de las redes no es la realidad de él que lo está viviendo ni de él que lo ve.

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