
Nunca pensé que escribiría sobre este país pero sí, sorpresas te da la vida (como dice la canción) y aquí estoy.
Marruecos es un país que no me llamaba la atención visitar, principalmente porque mi prima que lo había visitado, me dijo «es tipo la India», y pensé: oh my god! no quiero ir entonces. La verdad es que con una experiencia indiana tuve suficiente.
Pero, cosas de la vida, mirando destinos para Semana Santa resultó que Agadir era el lugar de fuera de España más barato al que se podía viajar desde Tenerife, 60 euros ida y vuelta, así que no teniendo mejores alternativas fue el destino elegido.
Mis expectativas eran bajísimas, pensé que seguro que sería el típico lugar al que no querría volver, además varias personas me habían comentado cosas sobre Marruecos y cómo deben ir vestidas las chicas: no enseñar hombros, ni escote, ni rodillas, vamos, poco más que ponerte un burka. Y eso a mí, me molestaba bastante. Para mí es esencial que si hace calor pueda ir cómodamente con mis pantalones cortos y mis camisetas de tirantes.
Pero, más allá, lejos de lo esperado, la experiencia marroquí me encantó.
Varias recomendaciones importantes antes de viajar a Marruecos:
- De momento te piden PCR (no vale test de antígenos, o sea que los 70 euros te los dejas en el test) pero cierto es que el papelito ni lo miran prácticamente; al embarcar lo pidieron pero miraron el nombre y así a lo rápido, vaya, que si lo hubiéramos falsificado tampoco lo habría notado nadie.
- Cuando llegues al aeropuerto mantén el modo avión o los datos inactivos en todo momento. Después de pasar el control de pasaportes hay unas chicas ofreciéndote una tarjeta de Orange por 10 euros (10 gigas). Yo, que parece que no he salido nunca de España, activé los datos un momentito, porque pensé: bueno por unos minutos no me cobrarán mucho. Y en esos minutos me cobraron 40 euros. Así, de regalo de bienvenida.
- Si alquilas un coche por medio de la compañía Rentalcar, no pagues el seguro que te ofrecen, porque no te cubre nada. Alquilamos un coche a través de ellos, con la compañía «Greenmotion» y al llegar a recogerlo el chico nos dijo que teníamos que pagar otro seguro, así que 150 euros más. Además, te piden una tarjeta de crédito o que dejes un depósito de 300 euros. En cualquier caso, parece que las conexiones en Marruecos no son malas, toda la gente que conocimos se movieron en bus o tren. Y si vas a hacer un tour por el desierto visitando varias ciudades etc., lo más común es contratar una excursión guiada en la que te llevan con un grupo de más personas en furgoneta a hacer el tour, por tanto, mi recomendación: no es necesario alquilar un coche. Además, no es barato.
AGADIR:
Nuestra primera parada fue Agadir. Hay poco que decir de esta ciudad. No vale la pena visitarla; la parte que vimos en general estaba muy urbanizada, era bastante moderna y había muchas obras en las calles.
Lo único así más reseñable es el paseo marítimo, que es el típico paseo donde hay bares y la gente camina. Allí cenamos en un bar lleno de turistas; con música en vivo, una mezcla entre árabe y algo internacional y donde vendían alcohol y comidas variadas, no solo marroquíes, también había pizza, paella…en fin, un mix para todos los gustos.
Ahí comenzamos a comer Tajín, un plato muy rico de origen bereber que lleva el nombre de la olla de barro en la que se cocina. Los hay de varios tipos: cerdo, pollo, verduras, etc., siempre acompañado de verduras y con muchas especias. Te lo sirven hirviendo y hay que esperar a que se enfríe un poco si no quieres achicharrarte la lengua.
Los primeros días lo comimos con ganas, después va pareciéndote menos novedoso y llega el día en que estás de Tajín hasta las orejas y dices: que me pongan una hamburguesa, una pizza o cualquier otra cosa por favor.
El hotel en el que nos quedamos en Agadir estaba bastante bien, y en frente teníamos la bandera de Marruecos. Allí fue donde por primera vez escuchamos la llamada al rezo que suena varias veces durante el día en el país. En mi opinión, me gustó oírlo durante esos días, porque te hace sentir que estás allí, pero si tuviera que oír eso cada día pensaría: «qué coñazo» , para el que no siga la religión musulmana o no quiera rezar a esas horas tener que escuchar cada día la misma musiquita.

THE PARADISE VALLEY
Después de una noche en Agadir, nos dirigimos a El valle del paraíso, situado a unos 20 km al norte de Agadir. Es un valle por el que discurre un río y forma parte de las Montañas Atlas.

Es un lugar peculiar en el que además de haber una vegetación bastante abundante y palmeras, hay mesitas y sillas sobre el río donde la gente se puede sentar a tomar algo. Hay muchos barecitos donde venden sobre todo zumo de naranja y té y te puedes sentar a relajarte tranquilamente allí mientras te remojas los pies. Además, si sigues el curso del río llegas hasta una especie de lago que en google aparece con agua turquesa, pero que en la realidad es más bien marrón, pero que en definitiva sirve para darse un baño. Había muchos turistas tomando el sol y remojándose.


La verdad es que la idea de las sillitas en el río me pareció genial, lo único que claro, allí será sostenible porque a penas lloverá, pero en otro lugar dejas eso y con nada que caigan 4 gotas se te va el chiringuito a la deriva.
El camino hasta llegar allí me gustó bastante porque pasamos por varios pueblitos donde se podía ver la vida en la calle, llena de puestecitos donde vendían fruta, pan, etc.; y sientes que ves el Marruecos profundo.


TAGHAZOUT

La segunda ciudad que visitamos fue Taghazout, es una zona donde van muchos surferos. Lo definiría como » El Médano» marroquí.
La parte donde nos quedamos era como un pueblito de pescadores, muy humilde, con un paseo marítimo lleno de bares para turistas y también estaba lleno de hostels. Todos ellos se caracterizaban por tener una terraza arriba donde tenían una zona con sofás, cojines, etc. Luego vimos que los edificios con este tipo de terrazas en general son muy comunes y también están en otros lugares como en Marrakesh.


En Taghazout vi el primer dromedario de Marruecos, en la playa. El señor que lo tenía se dedicaba a dar paseos a la gente en él a lo largo de la playa.
En cuanto a cómo deben ir vestidas las mujeres, en lugares como éste, había chicas turistas vestidas con pantalón corto, incluida yo, y no parecía ni que te miraran mal ni nada. En general, en todos los lugares que he visitado nunca me he sentido mal ni observada.

MARRAKESH
Marrakesh para mí ha sido como sentir una conexión con mis raíces, con Andalucía. Su arquitectura, sus colores, las palmeras, los carruajes con caballos. Al final esa esencia perdura en Andalucía y ha sido como viajar años atrás en el tiempo.
En el tour guiado que hicimos por la ciudad aprendimos muchas cosas interesantes de la historia de la ciudad, desafortunadamente mi memoria es muy mala para recordar este tipo de acontecimientos pero recuerdo que nos dijo que se la conoce como la ciudad de las palmeras, por la cantidad de palmeras que tiene. También nos explicaron que hay dos tipos de palmeras, machos y hembras, las cuáles son las que dan dátiles.
Además, nos enseñaron un cañón que España regaló a Marruecos para defenderse de una invasión. También nos explicaron que la mezquita Kutubía, la más grande de la ciudad, sirvió como modelo para construir la Giralda de Sevilla, de hecho cuando la ves parece un replica exacta. El nombre de la mezquita, que literalmente quiere decir «la de los libreros» (kutub en árabe es «libros») hace referencia a la presencia del zoco de vendedores de libros que se desarrollaba en sus alrededores con más de cien puestos.
El centro de Marrakesh, también llamado Medina, se caracteriza por sus callejones estrechos, en su mayoría llenos de tiendecitas donde venden ropa, especias, calzado, comida, etc. Todos estos comercios conforman los zocos, así se les denomina a los mercadillos tradicionales en los países árabes.


Forman un laberinto, algunas veces sin salida pero por el cual es necesario perderse para poder apreciar ese toque único. Estos callejones me recordaron mucho a la zona del Albaicín de Granada con sus teterías y también a la del casco histórico de Málaga.
Uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad es la Plaza de Jamaa el Fna, constituye la plaza principal de Marrakesh, desde ella se llega a la mezquita Kutubía. Está llena de puestecitos donde venden de todo, desde fruta hasta dentaduras postizas. También encuentras a los encantadores de serpientes y a mujeres que ofrecen pintarte con henna.


Es una experiencia singular darse un paseo por allí pero resulta un poco agobiante pues todo el tiempo hay alguien insistiéndote en que le compres algo o en que te pongas la serpiente sobre el cuello. Cuando me di cuenta de ésto y uno hizo el amago de acercarse hacia mí con ella, salí corriendo y no pude estar paseando por allí tranquilamente, pensando en el señor de la serpiente.

El alojamiento más típico de Marrakesh son los «riad». Son casas de varias plantas que tienen un patio central, generalmente con una fuente o plantas. Las habitaciones para los huéspedes están distribuidas alrededor de este patio y no suelen ser muchas, entre 5 0 6.
El primer Riad en el que nos quedamos era muy bonito, nada más entrar tenían puesta música zen, nos recibieron con un té (algo que es muy típico de allí) y luego después de hacer el checking nos llevaron a nuestra habitación que para mi sorpresa estaba decorada con elementos de uno de mis colores favoritos.

La atmósfera del lugar era muy especial. Por la mañana también suelen ofrecer desayuno.
Generalmente el desayuno marroquí está compuesto por varios tipos de pan, mermelada, mantequilla, a veces tortilla, aceitunas o aceite, zumo de naranja y té o café.
Eso fue algo que me gustó mucho de Marruecos, que comen mucho pan y siempre lo ponían para acompañar las comidas. Para una amante del pan como yo, fue algo significativo; además el pan estaba bastante aceptable. Mi favorito era uno que tenía forma cuadrada y era más bien como masa tipo tortita. Imagino que de ahí vendrá la tradicional comida andaluza de tortas de harina y de la importancia de acompañar cada comida con pan. Mi abuela si ve a alguien comiendo sin pan siempre dice: «¿eso qué es comer sin pan?» Siendo algo impensable, o comes pan o no te nutres.
En cuanto a la comida, en Marrakesh además de comer Tajín y cuscús en cualquiera de sus restaurantes, hay también puestecitos o bares más humildes donde venden brochetas con diferentes tipos de carne. Los probamos y fueron de las mejores comidas que tuvimos, además los acompañaban de un platito con tomate picado y una salsa picante.
También hay numerosos puestos con dulces, durante el día estaban llenos de abejas, por lo que se hacían menos apetecibles, pero por la noche se veían mejor, cada uno de diferentes colores y con muy buena pinta. Los pocos que probé estaban muy buenos y tenían almendritas. Me recordaron un poco a los alfajores que solemos comer en Navidad.
Por último, mencionar algo típico de Marrakesh, son los Hammam. Era donde antiguamente iban a bañarse, porque no contaban con agua corriente en las casas, estaban separados hombres y mujeres y se convirtió en un lugar donde podían hablar sin tapujos y echar el rato mientras se daban un agua.
Mi experiencia Hamman fue memorable. No digo que no lo recomiende pero para una persona como yo a la que los masajes le hacen cosquillas y no le gusta que le echen agua por la cabeza, muy recomendable no es.
Yo entré al Hamman pensando en que me encontraría un spa tipo árabe, con decoración de ese estilo y con una piscina «árabe». Lejos de la realidad, nos metieron en una especie de sauna, donde entras, te quitan la parte de arriba del bikini y te dicen que te eches agua y te sientes en una losa. Yo entre que tenía hambre y que no me va mucho lo de pasar esos calores, cuando llevaba 10 minutos de estar allí ya me sentía muy débil y pensando en que se me estaría bajando la tensión y me iba a dar allí algo. Durante todo ese tiempo además pensé: bueno, después de aquí me llevarán a alguna piscinita. Pero nada, allí no hay piscinas ni bañeras en las que remojarse.
Después de unos 20 o 25 minutos en la sauna entra una señora, te dice que te tumbes y empieza a frotarte con una especie de estropajo por todo el cuerpo, en plan exfoliante. No digo que fuera doloroso, pero después de unos frotes dices, ya mejor que pare. A continuación, te echa un cubo de agua por la cabeza y te la lava un poco con jabón. Después hizo el amago de volver a echarme más cubos de agua y le dije: no thanks. (carita sonriente) Y me echó los cubos del cuello para abajo.
Odio que me caiga el agua en la cabeza así de sopetón, aquel que me conozca bien lo sabe, y en una experiencia que se suponía que debía ser relajante, me cae eso encima….no comments.
Después te llevan a una sala donde hay muchas tumbonas, te dan un té y te tapan la cabeza con una toalla, para que sea más relajante supongo. Allí estuvimos como 30 minutos, tal vez fueron menos pero a mí se me hicieron largos. Y todo el rato que estás allí escuchando la misma musiquita que se repite cada minuto, cuando sales dices, dios santo que pare la musiquita esta de una vez, ¿cómo no tienen una playlist más variada?
Y finalmente llega el final del tour en el Hammam, un masaje de 1 hora. A mí solo me dieron un masaje en otro spa hace unos años y lo pasé mal porque tengo muchas cosquillas en diversas partes del cuerpo, y efectivamente, se volvió a repetir la experiencia. Yo aguantándome la risa e intentando no moverme mientras la mujer me masajeaba; a veces me preguntaba: ¿estás bien? ; y yo le decía, sí. Pero en realidad es que me estaba costando mucho contenerme. De verdad, los masajes no son para mí, no me relajan, me alteran. XD
Y así terminó nuestra experiencia Hammam. El coste fue de 45 euros por persona, el inicial era de 50 o algo más, pero como todo precio en Marruecos, se negocia.
Finalmente, mencionar que en Marrakesh todo tiene un precio, además de que se regatea. La gente no te da nada «gratis». Íbamos por la calle una noche cuando todo estaba cerrado, porque al ser ramadán entre las 7 y las 9 de la noche el mundo allí se paraliza, y todos cierran los negocios para ir a comer; cuando le preguntamos a un chico que dónde podíamos comprar algo. Él nos llevó hasta la tienda, que fueron como 2 minutos andando. Pero el chico no se conformó con unas «thank you very much», nos pidió dinero, le dimos 1 euro, que son 10 dírhams y decía que no, que quería más. Le dijimos que nanai, y se terminó yendo pero insistió un poco. Total, que nadie te ayuda desinteresadamente, siempre hay algo a cambio que dar.
Y hasta aquí la mitad del viaje, en el próximo capítulo: » Abdil y la aventura del desierto».
