La niña y el duende

Había una vez una niña que había vivido con muchas personas a lo largo de su vida porque siempre andaba deambulando de un lugar para otro. En cada una de los hogares donde vivía, convivía con personajes diferentes, unos más divertidos, otros menos, unos que se convertirían en amigos para toda la vida y otros que simplemente serían «una de esas personas más» que pasa de largo, que son como invisibles.

Un día llegó de nuevo el momento de mudarse, de emprender rumbo a un nuevo lugar y de empezar de cero en una nueva casa.

La niña, llegó al que sería su nuevo barrio y su primera impresión no fue buena, las calles no eran bonitas, estaban descuidadas y no le transmitían una buena sensación. Entró a la casa y un pequeño duende le abrió la puerta, la recibió con una sonrisa y con mucha amabilidad le enseñó la que sería su nueva habitación.

A la niña le encantó aquel espacio, era grande, tenía sus colores favoritos, vistas al mar, era muy ideal. Mantuvo una larga conversación con el duendecillo donde trataron de conocerse un poco más, hablaron de experiencias de sus vidas, etc. y mientras tanto la niña pensaba: hay cosas que me agradan mucho de este duendecillo, pero hay otras pequeñas, que no terminan de convencerme; me repelen.

Después de aquella visita, la niña se tomó varios días para reflexionar sobre si se mudaría a aquella casa. Su primera decisión fue: no, no me voy a ir a vivir allí, el barrio no me da buena sensación y el duendecillo es muy agradable y encantador, pero tiene un algo que no termina de hacerme click.

Inmediatamente se lo comentó al duendecillo, que su decisión era no mudarse a vivir con él, y el duendecillo le expuso numerosos motivos por los que sí debía hacerlo.

La niña se dejó convencer por las palabras del amable duendecillo y finalmente aceptó.

Durante las primeras semanas de su nueva vida, la niña se sintió súper feliz de la decisión que había tomado; le empezó a ver el lado bonito a su nuevo vecindario, su relación con el duendecillo era fantástica y no podía estar más contenta de estar viviendo allí.

Pero un día, empezó a descubrir el lado oscuro del duende. Empezó a ver que había determinadas circunstancias que el duende se convirtiera en ogro, en un ser que aterrorizaba a la niña y que la hacía recordar horripilantes tiempos del pasado.

La niña odiaba que su entorno no estuviera en paz, en armonía; y que el ogro la asustara cada día con sus gritos, con sus ruidos, con sus ojos oscuros e intensos que transmitían esa mirada penetrante. Era, como si el duende hubiera crecido y se hubiera convertido en un ser grande y mucho más fuerte que ella. La niña se sentía muy débil e indefensa, no sabía qué hacer y solo quería estar refugiada en su habitación que para ella era como su pequeño palacio, y el único lugar de la casa donde se sentía segura y a salvo de aquel ogro malo.

Un día, la niña estaba tranquilamente cenando en la cocina cuando el duente vino a preguntarle algo. Ante la respuesta de la niña que no gustó nada al duende, éste empezó a transformarse, sacando ese ogro que tenía dentro. La niña sintió mucho miedo y lo único que hizo fue asentir y callar ante las palabras del duende.

En los días siguientes, el duende tenía ratos en los que volvía a ser el ser más agradable del mundo, pero muchos otros en los que sacaba a relucir su lado de ogro, ese que tanto le atemorizaba.

La niña solo quería huir de aquel lugar, sabía que era lo mejor que podía hacer pero estaba atrapada, le era imposible salir, las autoridades no permitían a nadie abandonar sus hogares así que a la niña no le quedaba más remedio que convivir con aquel monstruo.

Cansada de sentir miedo, la niña pensó que tenía que sacar fuerzas de donde fuera para luchar contra aquel duende, ella era más grande que él, el duende aunque quisiera no podía hacerle daño, y no podía permitirle que la hiciera más pequeña, que la humillara y la hiciera sentir como una hormiga.

La niña, lejos de decrecer, se sintió grande y valiosa y no iba a dejar que ningun duendecillo de pacotilla la hundiera y venciera la batalla.

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